Hoy, 28 de marzo, se cumplen 32 años, del grave accidente nuclear producido por la fusión parcial del núcleo en la central nuclear de Three Mile Island (Pensilvania). El accidente fue consecuencia de una serie de fallos en los equipos de la central y de errores de operarios de la misma.

 

Aquel accidente provocó nubes radiactivas en la atmósfera que afectaron a más de 2 millones de personas, la limpieza de la central duró más de 14 años, hubo que extraer 100 toneladas de combustible nuclear del lugar pero no pudo evitarse que el agua (contaminada) empleada para la refrigeración dejara un residuo radiactivo imposible de eliminar.

Nunca se cuantificaron los efectos del accidente sobre la población, ni sobre el medio ambiente, porque entonces y ahora, la presión del «lobby» nuclear impuso el silencio y se achacó el accidente a un error. Un error, nos dijeron, que sería imposible que se volviera a producir. Tampoco se cuantificaron los costes económicos y sociales que tuvo el accidente, ni tenemos noticia de que la empresa propietaria de la central asumiera sus responsabilidades.

Hoy estamos viviendo otro grave accidente nuclear que vuelve a poner de manifiesto, como ya sucedió con Chernobyl, los graves e inasumibles riesgos de la energía nuclear que, por otra parte, sigue sin dar ninguna alternativa al tratamiento de sus residuos. Unos residuos gravemente peligrosos durante miles y miles de años.

El nuevo accidente nuclear en la planta japonesa ya ha provocado importantes emisiones de tritio, cesio y yodo que siguen todavía sin control. La radiactividad medida en el agua, en las verduras, en la leche y en la tierra superan los niveles mínimos admitidos en un radio de 40 Km. Junto a ello está obligando a tomar medidas excepcionales de control sobre los pescados y los mariscos dado que el agua utilizada para refrigerar los reactores está yendo directamente al mar. Las plantas potabilizadoras de agua de Tokio ya detectan la radiación y están gravbemente preocupados en China y Corea (que también tienen nucleares).

Ante esta situación vemos como, una vez más, la industria nuclear dice que el accidente de Fukushima servirá para aprender y mejorar la seguridad pero, por mucho que lo diga el «lobby» nuclear y sus defensores, es evidente que la seguridad absoluta no existe y que los sucesos, por improbables que dicen que son, acaban por producirse.

Por ello como hoy, como ayer al manifestarme en Garoña, como hice en el caso de Chernobyl, como he hecho ante la serie de «incidentes» producidos en las centrales de nuestro país, como siempre, sigo diciendo ¡¡Nucleares No¡¡ y sigo pidiendo un calendario de cierre de todas las centrales nucleares, un plan energético que, en el plazo de 10 años, sustituya las nucleares por energías renovables y urgentes medidas de dinamización socioeconómicas de las zonas cuya actividad productiva depende de una central nuclear para garantizar el futuro del empleo.