El 28 de marzo de 1979 un grave accidente en la central nuclear de Three Mile Island (Harrisburg, EE UU) provocó la fusión del nucleo y una nube radiactiva cuyos efectos nunca se cuantificaron. Un fallo técnico, seguido de varios errores humanos puso al reactor al borde la catástrofe.

Aquel accidente provocó nubes radiactivas en la atmósfera que afectaron a más de dos millones de personas, la limpieza de la central duró más de 14 años y hubo que extraer 100 toneladas de combustible nuclear del lugar, pero no pudo evitarse que el agua contaminada dejara un residuo radiactivo imposible de eliminar.

Nunca se cuantificaron los efectos de ese accidente sobre la población, ni sobre el medio ambiente. La presión del ‘lobby’ nuclear impuso el silencio y se achacó el accidente a un error imposible de volver a producirse.

El próximo 26 de abril se cumplen 25 años del accidente nuclear de Chernóbil, el accidente más grave de la historia de la industria nuclear, que fue calificado como nivel 7 en la escala INES de sucesos nucleares.

Los efectos del accidente de Chernóbil, 25 años después, no se conocen a ciencia cierta y todavía hay discusión sobre sus costes económicos y sobre el impacto sobre la salud de las personas y sobre el medio ambiente

Hoy en Japón estamos viviendo otro grave suceso nuclear que vuelve a poner de manifiesto, como ya sucedió con Harrisburg y con Chernobyl, los graves e inasumibles riesgos de la energía nuclear que, por otra parte, sigue sin dar ninguna alternativa al tratamiento de sus residuos.

Lo que está ocurriendo en la central japonesa de Fukushima ya ha provocado importantes emisiones de tritio, cesio y yodo que siguen todavía sin control. La radiactividad medida en el agua, en las verduras, en la leche y en la tierra superan los niveles mínimos admitidos y han decidido verter directamente al mar 11.500 toneladas de agua radiactiva.

Vemos como, una vez más, la industria nuclear dice que este suceso en la planta japonesa servirá para aprender y mejorar la seguridad pero, por mucho que lo digan el ‘lobby’ nuclear y sus defensores es evidente que la seguridad absoluta no existe y que los sucesos, por improbables que sean, acaban por producirse.
Por ello hoy, igual que ayer al manifestarnos en Garoña o como hicimos en los casos de Harrisbug y Chernobyl, como hemos hecho ante la serie de ‘incidentes’ producidos en las centrales de nuestro país, como siempre, seguimos diciendo
¡¡Nucleares, No¡¡ y seguimos pidiendo un calendario de cierre de todas las centrales nucleares y un plan energético que, en el plazo de 10 años, sustituya esta fuente energética por energías renovables, así como urgentes medidas de dinamización socioeconómica de las zonas afectadas cuya actividad productiva depende de una central nuclear para garantizar el futuro del empleo.