Fue una “buena noticia” cuando supimos la decisión del presidente egipcio Mohamed Hosni Mubarak de renunciar a su cargo de presidente de la República y dar paso a una transición política en este país.

La ciudadanía consiguió, a pesar de la salvaje represión, de los asesinatos y de la resistencia del dictador, abrir la puerta de la esperanza y empezar el camino para un futuro democrático.

Hay que felicitar al pueblo egipcio por su lucha, hay que seguir apoyando sus exigencias de derechos y libertades. Por eso ahora hay que estar muy atentos, hay que exigir y reclamar que, desde todas las instancias, empezando por las propias nacionales de Egipto, y desde toda la comunidad internacional, se presione para garantizar un proceso democrático, limpio. Un proceso que desemboque en una reforma constitucional. Un proceso que, sin ingerencias de ninguna potencia (ni de la CIA), de a la sociedad y a la ciudadanía egipcia el protagonismo activo del cambio que se debe producir. Se lo han ganado.

Toca ahora que las Fuerzas Armadas egipcias que, en estos momentos, han asumido la administración del Estado den muestras inmediatas de que las atribuciones que ahora tienen son excepcionales y temporales, y que aceptan trasladarlas en el menor plazo de tiempo posible a la sociedad civil, sin cuya movilización, firmeza y muestras de madurez política hubiera sido imposible la marcha de Mubarak”.

El siguiente paso que se debe dar es la inmediata depuración judicial y política de los responsables de los crímenes cometidos en las últimas semanas para reprimir a los ciudadanos y ciudadanas que pacíficamente han exigido mejoras democráticas y económicas en este país, así como a todos aquellos que han propiciado y se han beneficiado de una corrupción inasumible para cualquier Estado de derecho que se precie de serlo.

Toca, también, reconocer que dictaduras corruptas , como la que hoy ha acabado en Egipto, como la que había en Túnez, como tantas otras, se han tolerado internacionalmente.