Empieza a instalarse en el imaginario colectivo esa cosa que llaman “nueva normalidad”. Hasta el Gobierno ha anunciado, y colgado en su página web, un “plan para la transición a una nueva normalidad”.
Hablemos claro. “Nuevo” y “Normal” son proposiciones enfrentadas. Nuevo, adjetivo procedente de la palabra latina “novus”. Se aplica a lo recién hecho, a lo que se conoce por primera vez o a algo diferente a lo que había. Puede, también, aplicarse a algo que se añade a lo ya sabido, incluso, puede definirse como nuevo algo que se ha renovado por completo.
Normal, también adjetivo, proviene del término latino “normalis”. Se refiere a todo aquello que actúa ajustándose a una regla o a un modelo establecidos. También puede aplicarse a lo que es natural.
Por el significado de las dos palabras, es imposible hablar de una “nueva normalidad”.
En estos días de confinamiento no he dejado de pensar en la relación de esta pandemia, y de las que nos quedan por vivir, con la globalización, con el capitalismo y con el desastre ambiental que sufre el planeta.
El modelo capitalista, explotador de seres humanos y recursos naturales, ha antepuesto el mercado a todo lo demás y por eso ha desmantelado una buena parte de los servicios públicos y los ha convertido, gracias a las privatizaciones, en objeto de negocio. Ya hemos visto como estaba la sanidad pública, la única que ha dado la respuesta y ya hemos visto el mercadeo especulativo con el material sanitario.
La globalización hace que el virus se extienda por tierra mar y aire a través de un sistema económico que trafica con lo que fabrica en donde menores son los costes salariales. La globalización obliga a miles y miles de desplazamientos diarios, sin contar los millones de turistas. Los datos demuestran que la hipermovilidad ha sido responsable de la rápida extensión del virus a todo el mundo.
Hoy ya sabemos, aunque fauna como empresarios/as, banqueros/as y especuladores/as lo nieguen, que las enfermedades infecciosas se ven favorecidas por el cambio climático, que la destrucción de masas forestales y la pérdida de biodiversidad, dificultan el escudo natural contra las infecciones. El cambio climático, con inviernos más suaves y más cortos los aprovechan perfectamente los virus que están activos más épocas del año.
Es el momento de exigir algo nuevo y reclamar políticas fiscales redistributivas de la riqueza, de recuperar la soberanía industrial y productiva para quitársela a los mercados, de recuperar y potenciar los servicios públicos, de sustituir el empleo basura por otro digno y con derechos, de acabar con el patriarcado ramplón, de implantar programas serios de decrecimiento, de irnos a un modelo energético limpio y no contaminante, de cambiar el individualismo competitivo por la comunidad solidaria.
No podemos volver a una “nueva normalidad”. No podemos volver a un sistema económico, social y ambiental en manos de las multinacionales, de los fondos buitres y de los bancos centrales.