Sabemos, lo hemos dicho muchas veces y lo saben quienes se empeñan en decir que es intocable, que la Constitución del 78 está obsoleta y no da respuestas a los problemas de la gente. Menos ayuda la última reforma pactada por los partidos del régimen, el PP y el PSOE, que ha puesto nuestra Constitución al servicio de los mercados, con las duras y dramáticas consecuencias que estamos viendo de paro, empobrecimiento de la población, pérdida de derechos y libertades y destrucción del Estado Social.

Sabemos que nuestros gobiernos gobiernan al servicio de lo que impone la Troika. Por eso tenemos un sistema que desahucia familias cada día, que condena a las y los jóvenes a una vida sin futuro, a paro y precariedad donde la única salida que tenemos es la emigración, donde se desmontan los servicios públicos, donde se instaura otra vez el racismo y la xenofobia. Por eso vemos como, día a día, desmontan la sanidad y la educación públicas. Vemos como la Ley de Dependencia queda en papel mojado. Vemos como se «rescata a los bancos» mientras se sume a la gente en la miseria y en la desesperación.

Por eso entiendo y comprendo la desafección hacia la política y los políticos. Simplemente pido rigor y reconocimiento de lo que, cada partido, ha hecho y hace.
A quienes nunca hemos sido cómplices de esta manera de hacer política y siempre hemos estado enfrente y del lado de nuestra clase, nos duelen mucho algunas pancartas y proclamas contra la «casta política». Ciertamente que, entre la clase política, hay gente con muy poca clase. Pero no olvidemos que no hay una clase política sino diferentes clases de políticas. Convendría también, llegados a este punto, reflexionar sobre qué y a quien hemos votado.