Salen a la calle, se quitan las caretas, proclaman sus opiniones y lo dejan claro. Llenaron Vistalegre y bastantes se quedaron en las puertas sin poder entrar.
Discrepo de quienes opinan que «ya han llegado aquí también», no aquí han estado siempre, por eso se dan medallas a torturadores, por eso hay una justicia machista y patriarcal, por eso hay banderas en los balcones, por eso no se condena oficialmente el fascismo, por eso mantenemos un concordato con la Iglesia, por eso aumenta la xenofobia y el racismo. El fascismo y la ultraderecha han estado, y están, entre nosotros y nosotras.
El problema es que esta democracia de baja intensidad que tenemos, la que se pierde en debates de lazos y banderas, la que hace una política de gestos y declaraciones en vez de hechos y resultados, la que solamente resuelve los intereses de las clase altas, es puerta abierta a los populismos y del populismo al fascismo solo hay un paso.
En los discursos que lanzaron a su enardecido público había mensajes contra el aborto y a favor de la familia, hubo llamadas a la deportación de inmigrantes, compromisos de derogar leyes, «de comunistas y progres», como las de Violencia contra la Mujer y la de la Memoria Histórica, llamadas a la grandeza y unidad de España suspendiendo las Autonomías, vivas a la Guardia Civil y a la Policía,…
Vamos, toda la lista de proclamas que marcan los manuales del populismo y del fascismo.
No entiendo a quienes minimizan el dato, a quienes dicen que no hay que preocuparse porque son una minoría. Bueno, lo cierto es que la ultraderecha avanza, en todas partes, y aquí también. Los ataques a rojos y progres eran previsibles, los lanzados a favor de recortes y derechos son normales en la ultraderecha, los lanzados al PP (derecha cobarde) y a Ciudadanos (veleta naranja) buscan la simpatía de las alas más reaccionarias de la derecha. Todo sigue el guión.
Eso sí, el padre de todos los problemas, la gran preocupación es Cataluña y la guerra de lazos y banderas.
¿Cual es el problema?, pues que como estamos viendo en muchos países, el último Brasil, hay auténticos fascistas, que llegan, y se instalan, aplaudidos por sus propios seguidores, aupados por campañas en medios de comunicación y redes sociales y, sobre todo, votados por millones de «apolíticos/as» que reniegan y maldicen la política, que no participan en nada, que no entienden nada, que no les importa nada, pero que votan y deciden y pueden llevarles al Gobierno.
Y vale, ya han llegado, y hay y habrá cientos y miles de tw y de entradas en face de indignación y cabreo, seguro que habrá alguno también de autocrítica (necesaria en la izquierda), pero…. ¿lo entendemos y nos organizamos para que la cosa no vaya a peor, o seguimos mirándonos el ombligo y poniendo pelos a las calaveras?