El JEMAD (Jefe de Estado Mayor de la Defensa) dice que «En esta guerra irregular y rara que nos ha tocado vivir, o luchar, todos somos soldados».
Es comprensible que un jefazo, lleno de medallas, estrellas y galones, se crea que todo en este mundo gira en torno al militarismo y a sus valores.
Poco a poco, una vez más con la ayuda de los medios de comunicación y el refuerzo de ese mundo virtual de las redes sociales, nos están metiendo por ojos y orejas que estamos en «una guerra», que en este momento dramático que vivimos deben primar los valores de la disciplina, el espíritu de servicio, el valor y la «moral de victoria». Insisten en que «vamos a vencer». Todo ello forma parte del ideario y del imaginario militar.
Yo me niego a ser militarizado. No soy un soldado. No es cierto que el problema se resuelva con el ejército y el militarismo.
Yo, como muchísima gente, no cumplo el confinamiento por disciplina, sino por responsabilidad y solidaridad. Ni me siento un «héroe» luchando contra un malvado enemigo, Se, como los y las demás, que saldremos de esta, pero no porque hayamos hecho una hazaña bélica, sino porque acabará la epidemia gracias al aislamiento, a pesar de esa gente irresponsable e insolidaria que lo rompe, y la medicina.
No son los valores del militarismo los que están ayudando en esta crisis. Son los valores de la solidaridad y el apoyo mutuo ciudadano (no hay más que ver ese espacio de relación y apoyo social que son los balcones y ventanas y las redes de apoyo ciudadano que está tejiendo la sociedad civil).
No me gusta ese lenguaje militarista de «estamos en la primera línea de combate contra el virus». Quienes más directamente se enfrentan al COVID 19 no son militares. Es el personal sanitario, el personal de limpieza, el personal que atiende el suministro y venta de los productos básicos, son transportistas, son los trabajadores y trabajadoras que van, y vienen, de su centro de trabajo. Son esos y esas trabajadores y trabajadoras que aplaudimos cada tarde, que hacen su trabajo, que asumen el riesgo, que mantienen la sonrisa y la dignidad, a pesar del miedo al contagio, a pesar del miedo a llevar a sus casas, y a su familia, a sus hijos e hijas, a su compañero o compañera el virus, y lo hacen con dignidad, con profesionalidad y con mucho compromiso. Lo hacen, además, sin los equipos de protección que vemos lucir a los militares cuando desinfectan nuestras calles, y no digo que los militares no deban ir equipados, sino que digo que el resto de personas expuestos/as al virus deberían llevarlos también.
No me gusta el militarismo, no me gustan los ejércitos. No dejo de pensar en como podríamos afrontar esta emergencia si no tuviéramos un gasto militar que es el doble que el sanitario (veanse PGE de 2019). Estamos viendo como el gasto en defensa no sirve para nada cuando es un virus el que amenaza nuestras vidas y nuestra economía.
No caigamos en el error de asumir el militarismo como solución, porque esta crisis pasará, pero el discurso militarista seguirá, y no podemos permitirnos que queden instalados sus valores en nuestra sociedad.
Y recuerda #QuédateEnCasa