Hoy, 18 de Marzo, es el 150 aniversario de aquella vez en la que los parias de la tierra, los trabajadores y trabajadoras, en un proceso revolucionario, tomaron el poder y crearon su propio Gobierno. El Manifiesto que establecía la Comuna decía: “…los proletarios de París han comprendido que es su deber imperioso y su derecho indiscutible hacerse dueños de sus propios destinos, tomando el Poder…”.
Francia y Prusia estaban en guerra, el conflicto eran las fronteras en la zona de Alsacia y Lorena. Napoleón III quiso utilizar la guerra para asentar y reforzar su Gobierno y ganar influencia en las relaciones con los demás estados de Europa. Le salió mal la jugada, perdió la guerra y provocó una grave crisis social en Francia.
Esta crisis, como las guerras, obligan a grandes sacrificios y penalidades que afectan a toda la población. Son más penalizadas las clases populares, quienes menos tienen. Así se aumenta la pobreza, la marginación, el hambre y la exclusión social.
Trabajadores y trabajadoras, de ambos lados de la frontera, rechazaban la guerra y que no quisieron ver en el otro bando enemigos/as sino compañeros y compañeras de clase. La clase trabajadora de uno y otro lado sabía que el verdadero enemigo era quien les había metido en la guerra.
Aquella crisis salvaje quisieron resolverla los comuneros y comuneras con un proceso revolucionario. Las clases populares francesas sufrían la explotación salvaje, la precariedad laboral, un grave problema de vivienda, la mujer era especialmente oprimida y eran durísimas las condiciones de la vida degradante a la que estaban sometidas.
De esta situación nace La Comuna que tomó el poder. El Gobierno fue un auténtico Gobierno del pueblo que disolvió el ejército regular, separó la iglesia del estado y adoptó medidas para el interés general de la ciudadanía poniendo freno a los privilegios de la burguesía y de las clases altas. Fue un Gobierno integrado por delegados revocables en cualquier momento, que tenían un salario equivalente al promedio de los de los/as trabajadores/as.
La Comuna duró muy poco, un par de meses. No consiguió salir de París, y fue barrida por la contrarevolución burguesa. Más de 30.000 comuneros y comuneras fueron fusilados en una semana.
La Comuna fue aquello que tantas veces hemos cantado con el puño en alto, fueron los parias en pie que buscaban el fin de la opresión. Sabían que la esperanza no estaba en dioses, ni en reyes, ni tribunos. Comprendieron que tan solo ellos y ellas, con su lucha, con su decisión, podían cambiar las cosas. Lo intentaron, pero no pudieron.
Hoy, siglo XXI, como pasaba en 1871, el liberalismo salvaje hace negocio con la vivienda, con la sanidad, con la educación, con las vacunas. Dividen a la clase trabajadora con la precariedad laboral con la explotación de inmigrantes a quienes pagan menos salario, dejan sin futuro a la juventud y agrandan la desigualdad social y la brecha salarial entre mujeres y hombres. Llevan a trabajadores y trabajadoras a las guerras imperialistas que organizan para monopolizar recursos naturales y arrojan al mar, o a centros de internamiento, a miles y miles de personas que son, también, las clases populares.
Hoy. Como en 1871, como en los siglos XIX y XX, como siempre, es necesario recuperar el internacionalismo solidario de la clase trabajadora, es bueno mirar hacia atrás y ver, en La Comuna, esa necesaria lucha de clases que no ha terminado.
Interesante ver la película de Peter Watkins s